José María Mariezcurrena es creador de un espacio al que se resiste llamar «bodega», ya que allí supo conjugar conceptos de vino y de su historia.
«No soy un bodeguero, esto más se parece a un museo donde se juntan etiquetas, vinos e historias. Aquí hay historias de más de 40 años. No cuento cuántas botellas hay, sino cuánto de historia«, comenzó aclarando José María.
«Yo quería tener una botella de mi edad. Antes no se utilizaba colocar el año de elaboración en las etiquetas de los vinos. Un día alguien por correo me envió un paquete cuyo código postal era de la provincia de Buenos Aires. La nota que envolvía la botellas solamente decía, seguramente -vos la vas a disfrutar mas que yo-. Aquí se encuentra un 1954 bien exhibido», relató el coleccionista mientras señalaba el sitial donde se encuentra esta pieza de colección de lujo.
Sin embargo, para José María hubo reglas claras para el ingreso de cada una de las botellas que ingresaron. «Cada una llegó con una historia singular. Cuando atraviesan este lugar, pierden su condición social, aquí hay democracia, porque puede convivir una etiqueta más barata con otra de alta alcurnia. Para mi,todas tienen el mismo valor».
¿Cómo se generó el germen de crear una bodega donde conviven más de 3000 botellas, marcas y etiquetas?
José María lo explica como si hubiese ocurrido ayer. «Soy de Buenos Aires, de un pueblo cercano a Tandil y Necochea, cuando mi padre terminaba de trabajar en el ferrocarril cruzaba una larga la calle de regreso a casa e iba al boliche del barrio. Ahí se hacía el aperitivo antes del almuerzo y yo, siendo un niño de 7 años, muchas veces lo acompañaba. Para mi fue mi primera ruta del vino, porque llegaba a un lugar cargado con historias, anécdotas, fiesta y carcajadas. Viví el privilegio de aquellas charlas e historias de la gente del pueblo a las que yo participaba. Aveces con el privilegio de algún pedazo de queso con una aceituna y otras, de algún sorbo de vino con soda, que por cierto esto hoy está mal visto por la sociedad».
Sin embargo, aclaró que este disfrute diario para los pueblerinos no eran horas interminables de ocio. «Nunca pasaba más de una hora ese momentito de sosiego y alegría de los parroquianos. Allí fue que comencé a asociar al vino con la felicidad, la alegría y la carcajada. Muchos años después, ya como consumidor normal de vinos, no se por qué razón, cada vez que iba a comprar vino compraba dos botella. Esa segunda botella quedaba en una repisa, un modular o un viejo estante de mi casa«.
Así comenzó su historia como coleccionista: «cuando me encontré con 45 mil o más botellas, me convertí en un verdadero coleccionista» relató no sin antes autodefinir que «el coleccionista es un loco que se apasiona por la historia que hay detrás de un vino. Cada una de estas historias es particular: el regalo de un amigo en una determinada circunstancia o tal vez, de alguno que murió o qué cosas tuve hacer para conseguirlo«.
Para José María, la mirada de un coleccionista ve cosas que no ve el resto. «Un día por medio de mi trabajo me invitaron a una disertación, donde en el ágape servían comida y vino. Yo no miraba la copa que me servían sino la botella. Entonces leí que en la etiqueta decía -partida limitada de tal bodega-. Eso para un coleccionista es oro. Entonces mi objetivo fue a cualquier precio quedarme con una de estas botellas numeradas. Lo intenté por diferentes vías, hablé con personal de cocina y encargados utilizando sin éxito diferentes técnicas de seducción. En el hotel donde se realizaba el evento había una mujer que era personal de limpieza, cuando la vi estaba lavando los vidrios de un ventanal. Un coleccionista sabe que aveces hay que echar manos a algunas formas legales y otras no tanto para conseguir cosas. Entonces tuve la posibilidad de convencer a esta mujer que me consiguiera una botella, que precisamente se encuentra aquí», sostuvo mientras exhibe el podio en el que se encuentra uno de sus trofeos más preciados que formando parte de su inigualable colección.